Justina
Paso mi mano despacio por la pelusa suave y clara con la que viniste. Llorás todo lo que podés para que al mundo no le queden dudas de que acá estás. Te tomo en brazos, te acuno, me desarmo de amor. El sol de marzo entra amable por la ventana.
Entre tantas cosas, aprendo del agradecimiento.
Acaricio uno de tus bucles estirándolo con el dedo, tenés el guardapolvo del jardín y ya sé que en tu universo las decisiones se toman rápido, que la comida se come con cubiertos desde el vamos, y también veo tu bondad y tu paciencia, como cuando tu hermana chiquita te arranca los pelos y no le decís nada.
Vas a la escuela, guardapolvo blanco, flequillo y brakets. Con el pelo cobrizo medio colorado, según yo. Hablas con tus amiguirris de YouTube y empiezan las pijamadas. Tus límites: el hambre y el sueño. Tu pasión: ser la que da las noticias, inspeccionar artefactos nuevos que llegan a la casa, escuchar conversaciones de grandes.
Como matemática no te gusta, la sacaste de tu vida y no copias nada de mayo a octubre. Mientras completás la carpeta, te explico que hay cosas que se tienen que hacer sí o sí, que forman parte de las obligaciones. Pero por dentro muero de admiración por esa decisión tuya, que nada de lo que no te guste se quede con vos, hija.
Puntas fucsia para escándalo de la familia. Respuestas rápidas, una inteligencia voraz y un corazón cada vez más grande. Una entrada a la adolescencia con caras de odio y peleas campales con tu hermana, como corresponde.
A veces me dejás peinarte, mechas rubias caen en cascada cubriendo la prueba material de tus diecisiete años. De tu tiempo de ser vos, chispeante, graciosa, inmensa. Mis amigas me dicen que nos parecemos, nos gusta eso.
Pienso que ya no me quedan mañanas para llamarte.
Respiro, y voy desde la pelusa a la cascada. De la hamaca a la plata para la joda. De los primeros acordes en guitarra a tus conciertos. De los actos y las obras de teatro a los saltos del UUD. De la bici al Maltrecho.
Cuando le dije a mi abuela que quería ser mamá, me dijo: no sabés en la que te metes, levantando un ceja. Cuando naciste pensé: la verdad que no, que no sabía que esto iba a ser TAN MARAVILLOSO.
Ayer me preguntaste si ser mamá vale la pena, fue en una pasada, mientras yo ordenaba cosas en la cocina. Me viste muy fin de año, con el corazón en la boca a cada rato y los ojos llenos. Fue en un paréntesis íntimo con el silencio perfecto. Sin dudar y sin mirarte, mientras guardaba te dije que sí. Repreguntaste, vale la pena? Si, mi amor, y ahí te miré, sin dudarlo, dije.
Se que entendiste mi certeza, vos me conoces. Vos me elegiste.
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