Apenas amanecido *Mención de Honor GRAN PREMIO BANCO PROVINCIA DE LITERATURA 2025*

Ladran los perros, llegaste temprano.
Es junio y el día se está pariendo despacio. Te intuía con la certeza de los bichos, saben que se viene el agua y mudan sus nidos, corren desesperados para salvarse. Aun así, me clavé en esta cocina muerta de sed.
Miro a través del vidrio empañado. Con la vuelta a la querencia el moro apura el paso, caracolea, quiere ir al galpón de la avena. Adivino que torcés el gesto y hacés esa mueca que se forma cuando algo te divierte.
Todavía está oscuro. Me estiro sin sacar los ojos de la ventana, le echo un tronco a la cocina a leña. Agarro la pava, tintinea el aluminio al destaparla. El agua cae y retumba en la madrugada. Extiendo mi brazo para confirmar mi pulso desacertado.
Vuelvo a mirarte: desmontaste, los perros te conocen, ahora festejan. Atás el caballo y mirás para acá, me delata el farol en la oscuridad que se diluye. Te prendés un negro, el humo y el vapor son la misma cosa.
Apoyo la pava sobre el hierro del fogón. El gato se refriega en mi pierna, me asusta. Ahora siento desacertado mi cuerpo. Saco el poncho y el sombrero del gancho, los llevo al cuarto, los escondo en el ropero.
Me visto para vos. Camisa blanca nueva con puntilla y encaje, los botones del escote sin prender. La piel de mi cuello reclama frío. La pollera con flores naranjas que apenas me entraba pasa amplia por mi cadera, desde que existís todo es más liviano. Acomodo en un vuelo la manta de alpaca sobre mis hombros. Me paro frente al espejo del ropero, veo en su biselado a otras. Me multiplico en una repetición extraña de mujeres que conviven en este cuerpo sediento que pide inundación, río, pantano, podredumbre, depende cuál de ellas hable. Conocí la sed constante desde tu llegada. Me hablaste salteando
jerarquías, con tu voz honda y ancha, no del día, no del tiempo ni dijiste disculpe la molestia. Rompiste el silencio para tirar de la rienda y enseñarme a temblar.
Suspiro, el aire en el pecho destraba algo. Me toco la entrepierna, no tengo puesto calzones. Me los saqué a la noche. Soñé que me apretabas, que te metías adentro de mi boca, por todas mis bocas, entrabas y salías. Me desperté hecha agua.
Escucho la puerta, siento tus pasos confiados en la cocina. Me peino con manos rápidas, se recortan blancas entre los rulos negros desordenados por la furia nocturna. Hago un rodete, algunos se escapan, los dejo porque te gustan. Al otro le gusto aliñada y limpia, vos me pedís que no me lave.
Salgo del cuarto. ¿Estás? decís, porque me escuchaste andar. Hubieses escuchado doblar un pañuelo en este silencio de día apenas amanecido.
Atravieso la galería vidriada con una luz recién nacida. Te encuentro en la silla de paja, las piernas abiertas y el mate en la mano. La pava silva un canto suave. Una línea exacta bordea la barba oscura de tus labios vastos. Me ves y la intención endereza tu cuerpo sin preguntarte.
Los flecos del encerado caen atrás tuyo, lo colgaste en el respaldo y apoyaste el facón en la silla de al lado. Sé que te vas a reserear y eso me desespera, me hace querer un hijo tuyo, darte una razón para que vuelvas. El tiempo sin vos es árido, se me quiebran las horas entre días lisos. Cuando ya no tengo la humedad de los recuerdos que evoco, alguien te nombra y volvés, como la voz de un muerto que no creía recordar.
Me detengo en el marco de la puerta. Mirás mis botas y subís, encendés mi cuerpo, con tus ojos barrosos llegás a mis rulos. Me los toco, no llegué a peinarme, explico. Te levantás con tranco largo, me hablás a la boca como si fuese mi oído: si sabés que me gusta así, y luego, con aliento a tabaco, me
ordenás: jurame que no te vas a peinar más, mientras me agarrás de atrás, y yo te digo que sí, que no me peino nunca más, sabiendo que es imposible.
Mientras ponés palabras que espesan el aire, clavo las uñas en la madera de la puerta buscando algo firme y concreto para no evaporarme. Siento que se aflojan las bisagras, la casa gruñe. El gato pide salir.
Ladran los perros, llegó temprano.
Entra y revisa con la mirada. Te ibas a algún lado dice, mirando mi camisa nueva casi desprendida. Me la estaba probando, contesto, los nervios se filtran entre las palabras. La luz del día ilumina la casa sin piedad. Peinate, ordena y corre la pava del fuego, el chillido se calma.
Volviste antes, digo, prendiendo botones demasiado pequeños ¿Qué hace ese moro ahí? pregunta, mientras desenvaina el facón y enfila para los cuartos. Qué hacés grito, manoteo su hombro y tironeo, pero no se da vuelta. Tres, cuatro, cinco pasos largos y te encuentra, ventanas con rejas. Le hablás, manejás las distancias, vas girando de a `poco en círculos con él. Volteás y buscás la puerta. La hoja afilada entra en tu espalda, veo cómo se abre tu carne y entonces la mía, que es lo mismo. Y sangre y gritos, te tomo la cara, veo la noche en tus ojos antes que se cierren.
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