Abuela

 

            


            La abuela anda en encías y pañales.

No se le entiende bien lo que dice

a veces, no puede hablar.

No recuerda.

No conoce.

Mientras se le destapa la sordera,

se pone los dientes postizos.

Deja su silla de ruedas

para agarrar la asada

y carpir la tierra del patio.

Recorre el zapallal

del brazo de la nieta que la visita,

le pregunta sobre la vida

y le muestra las plantas

de un jardín diverso y florido.

Las articulaciones

se le vuelven flexibles

y se pone los ruleros sola.

Convida mates con chucker

y tostadas con mermelada dietética,

mientras tira las cartas de tarot

consolando vidas desgraciadas

o nietas con mal de amores.

Ve nacer a sus bisnietas, una a una,

para llamarlas chanchitas crueles

y tenerlas a upa.

Viaja, vive en otra ciudad,

le devuelven a su hija muerta

y recupera la mirada altiva y penetrante,

entera.

Nacen sus nietos

a quienes llamará invariablemente

patas de conejo.

y no consentirá sus caprichos.

Les hace regalos,

siempre hay bolsas y paquetes

debajo de su abrazo.

Su espalda se endereza,

los músculos se tonifican

y la vista vuelve a ser clara y certera.

Teje sin parar

para su nuera y sus hijas panzonas

mientras recupera uno a uno sus dientes

y descarta los postizos.

Habla, cuenta, reta a todo el mundo.

Pone sobrenombres memorables

como el ventarrón a su yerno.

Se preocupa por las desgracias

y se ríe de los conflictos.

En un acto de ritual pirómano

que develará años después,

quema su vestido de novia.

Los hijos se casan.

Ella se separa.

Se pelea con su marido

en batallas interminables,

un sotreta que amará

toda su vida.

Vive en el pueblo, por fin.

Usa vestidos y pantalón,

tiene una pensión para señoritas

y luego una fonda.

Es mamá,

tiene sus partos en el campo

 y dirá que ellos son

sus tres chanchitos.

Ya no tiene diabetes

y su corazón es un músculo

casi nuevo.

Se casa y huye así

del carácter irascible de su padre.

Su abdomen se achata

los pechos abundantes

se vuelven turgentes

y estalla

en una belleza antigua

de padre inglés y madre francesa.

Abuela es adolescente

y se enamora como tal.

Anda de novio con el del campo vecino,

un mozo con pinta de galán de cine.

Va a un baile cada tanto,

dos o tres veces al año.

            Es la hija mayor,

la designan para que se quede

al igual que a su hermana siguiente.

Sólo la más chica

llegará a ser maestra.

No estudia.

Limpia y trabaja.

La mamá la sumerge

en los secretos de su jardín,

diverso y florido.

Le enseña a tejer

mientras agacha la cabeza

le corta las uñas de los pies a su padre

y le sirve la comida.

La abuela vuelve a tener trenzas

y un vestido para ponerse

una vez al mes

cuando van al pueblo.

Es niña

y juega y trabaja,

los dientes son de leche.

Abuela ahora es una bebé

anda en encías y pañales,

no se le entiende bien lo que dice.

A veces, no puede hablar.

 

 

 

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