Mandarina (Texto finalista del 2do. Mundial de escritura, organizado por Santiallo Llach. 2020)

 

Mandarina

Corto campo, me voy. Debe estar lleno de víboras ciegas en los pajonales. No importa, vos sabés que no me importa. Tiraste tantas veces de eso, a dónde vas a ir, Gisela, cómo vas a hacer para irte, está lleno de bichos el campo… que me hiciste pensarlo bien, planear la huida y darme cuenta que no tengo miedo. No a eso, no a los pajonales, no a la oscuridad, solo a vos.

Es de noche y el frío quiebra, cuartea, pero no lo siento. En esa te equivocaste. No contabas con mi furia. Voy ciega como las víboras abriéndome paso entre estos pajonales que ya tienen escarcha. Va a helar como nunca y yo acá, a la intemperie, riéndome casi. Con la furia encendida, acalorada, un torbellino de vapor en el campo negro. La noche es toda oscuridad, como vos. Como yo. Cómo lo vamos a regalar. Cómo me lo vas a regalar, Jorge, si era mío.

Corro y me agito. Sí, me vuelvo a buscarlo. No puedo más. Ya sé lo que me vas a decir: loca loca, no podés con vos misma, vas a poder con un hijo… yo puedo, voy a poder, yo sé que voy a poder. Qué sed, no me traje agua. Salí desesperada apenas te dormiste. Habías dejado las cáscaras de mandarina al lado del vaso de vino. Yo casi no tomé hoy. Necesitaba que el cuerpo me responda, por eso las caminatas, Jorge, sí, por eso. Ya vas a entender todo. 

Te espié, sigilosa, y te vi tapado con las frazadas a cuadros en la cama. Me acerqué con la lámpara a querosene. La luz tibia te iluminó media cara. Pensé en matarte, fueron segundos. Estabas tan borracho que ni te hubieses enterado. Después quise besarte, mi amor, mi Jorge hermoso, me acerqué, pero tenías olor a mandarina. Quise matarte de nuevo. Me contuve, Jorge, vos sabés que me sé controlar. Todos estos años pude, pero mi hijo… lo quiero, Jorge.

Tengo que llegar a la ruta. Si te despertás y me querés buscar, la noche está tan negra, tan negra que no me vas a ver.  Ahora hay pasto, la tranquera está cerca. Tus botas de lluvia están mojadas y sucias, las rellené con algodón. Todos los bichos del monte me hablan, los árboles también. Están monstruosos, doblándose, silbando con el viento sur que se levantó de golpe y se va a llevar la helada.

Corro. Corto campo. Se me sale el corazón, pero no más de lo que vos me lo sacaste, Jorge. Te tendría que haber matado. Te tendría que haber matado. Ahora me vas a buscar, le vas a mostrar las pastillas a la policía, a mamá, todos te creen, Jorge. Todos están de tu lado, menos yo. No saben ellos de tu olor a mandarina a la noche, del vino y tus besos de prepo.  De tu mano pesada, castigadora. Del cuarto del fondo, del encierro. De mi llanto perpetuo.

Me caigo. Siento la cara en el pasto y las manos embarradas que no llegaron a atajarme lo suficiente. Lloro de rabia, pero no me detengo. Me levanto y vuelvo a correr porque veo luces de autos que pasan por la ruta. A las once pasa el micro y ya deben ser.

Soy un halo de vapor corriendo. Estarías orgulloso de mí, Jorge, qué miedo. ¿Por qué no te maté? Me trepo a la tranquera y cuando pego la vuelta para bajar, te veo. Venís corriendo, me levantás la mano en medio de la oscuridad.  Veo el arco de luz que se forma cuando revoleás la linterna. Apenas escucho tus gritos. Qué ganas de llorar, me pica la piel, me sobra. Me acerco a la ruta sin dejar de mirarte.  Hay unos faros grandes y salvadores que me iluminan. Me saco el barro de la cara para no parecer lo que soy, una loca. Levanto la mano con cara amable, como siempre hacés. Te escucho, Jorge, estás del otro lado de la tranquera casi, tan cerca. Pero yo ya estoy arriba, el micro arranca pero desacelera, el chofer me pregunta ¿ese que viene corriendo está con vos? No, es un loco de por acá nomás, le digo.  Eso le dije, Jorge, estarías orgulloso.

Comentarios

Entradas populares