Hay silencio en la casa

 

Hay silencio en la casa. Los pisos brillan, no lo notaste tal vez porque estás acostumbrado.  Entrás y salís, abatido por el tiempo. Hace unos días noté tu joroba, leve, que se intuía por debajo de tu camisa a cuadros. Te la acaricié sin pensar, como cuando uno de los nenes se golpea y viene llorando a contarme. Como si tuviera solución. Te diste vuelta sorprendido.

Desde la mañana temprano me instalé en la mesada. Es un lugar amable, con la luz del sol, que se filtra desde temprano por los vidrios de la ventana, y las macetas con aromáticas que le pidieron al más chiquito, cada una con su nombre en un cartel, pegado en un palito de helados. Les pasamos las fotos por zoom a la maestra y lo felicitó. Calculo que a todos los chicos, pobre mujer.

El más grande anda cabizbajo estos días. Cuando le pregunto me dice que tiene sueño o está cansado, estarás creciendo, le digo todo lo más dulce que puedo, pero sé que él se acuerda.

Hoy hace tres años. Me desperté sin querer, con el cuerpo lleno de una realidad que no quiero, pero que tengo que sobrellevar. Siento que empujamos un carro pesado y roto, todos los días. Me pregunto a dónde vamos. Derretí la manteca y la mezclé con la leche tibia. Mientras formaba una corona con la harina me vi en el reflejo del vidrio, con los hombros derrumbados y más canas de las que puedo contar. Ya tengo líneas de expresión, como vos me decías antes, cuando hablábamos, tomábamos vino y hacíamos chistes para afrontar la vejez. Estas ya son arrugas, ma que líneas. Qué voy a hablar yo de tu joroba.

Puse un huevo y la leche en el centro, empecé a tomar la mezcla y temí que las lágrimas que me goteaban me cambiaran la receta. Los nenes durmieron toda la mañana. Hice la masa tranquila y la dejé descansar. Vos dormiste también, anoche te revolvías en la cama y tuve ganas de preguntarte, de contarte que yo también, que a mi también me duele, pero el silencio es demasiado espeso. Se instaló como algo pasajero, por un par de días, de la mano de la tragedia. Luego se fue engrosando, expandiendo, ominoso, como la pérdida de agua que tuvimos en el baño. Silenciosa, nos invadió por la noche y amanecimos con las pantuflas flotando. ¿Te acordás que yo secaba el piso en tanga y me caí de culo? Él todavía estaba, era chiquito y se reía de tu risa.

Estiré la masa con cuidado, con amor, mucho amor. Fue mi ritual para recordarlo. Un colibrí se asomó en la ventana, aleteó a la altura de mis ojos por unos segundos y se fue. Yo sentí que me visitaba, viste lo que dicen los posteos de Facebook. La masa me quedó bien fina, como a mi me gusta. La unté con manteca y fécula de maíz y empecé a plegarla. Unté, espolvoreé y plegué varias veces.

¿Sabías que el más grande compuso una canción? No pude evitar llorar al escucharla, y eso que no entendí nada porque era en inglés. Con la escuela va a los tumbos, se une a la mitad de los zooms y le faltan entregar trabajos prácticos, pero no le digo nada. El más chiquito se une a todas las clases, no participa, pero cumple. Pedile los cuadernos, vas a ver.

Estiré un poco más la masa plegada, corté rectángulos, les puse el dulce de membrillo en cuadraditos y fui cubriendo y dando forma a cada pastelito. Uno a uno. Es importante ese paso. Con el olor a fritanga se despertaron los nenes, aparecieron despeinados y somnolientos como más me gusta verlos. Hiciste... me dijo el más grande con una alegría triste, sin agregar nada más, porque los dos sabíamos.

Vos no te levantaste hasta entrada la tarde. Me asomé al cuarto a mediodía y creo que fingiste estar dormido, hubiese querido acariciarte como a la joroba, pero no pude. Acá te dejo la receta que me pediste para tu vieja, nos vamos al parque.

 

 

 

Comentarios

Entradas populares